El San Pedro de los atacameños

Ruta Lickan Antay

Envie este Recorte Version de impresion de este Reportaje Publicado el 04 de junio de 2017 Visto 178 veces

Tras décadas en que por temor o desapego evitaron mostrar su cultura original, hoy las comunidades Lickan Antay están más motivadas que nunca para rescatar su estilo de vida y así evitar que los conocimientos ancestrales de este territorio se pierdan frente a la invasión del turismo masivo y la llegada de forasteros. 

"Tour a los géiseres", se lee en un letrero pintado a mano que mira hacia la calle Caracoles, la principal "avenida" del pueblo de San Pedro de Atacama. El letrero repite su mensaje en francés, inglés y portugués, para luego mencionar, en frases apiñadas hacia el final de la pizarra, esos otros panoramas que aquí se reiteran en cada cuadra como si se tratara de un mantra: "Visita a Valle de la Luna, Valle de la Muerte, Laguna Cejar y Termas de Puritama".

Cada rincón de este pueblo de 5.600 habitantes parece dispuesto para la siguiente aventura en el desierto. ¿Tablas para deslizarse en dunas de arena? Listo: ya cuelgan en las paredes de algunos negocios. ¿Ropa todoterreno para subir al volcán Licancabur? Listo: incluso The North Face tiene una tienda. ¿Observación de los astros? Listo: telescopios callejeros se asoman durante las noches, en caso de que alguien quiera oír una descripción rápida de las estrellas que aquí brillan a plenitud. Todo esto sin contar la sobredosis de tiendas de artesanías que acompaña cualquier caminata por San Pedro, donde telares, alfombras y figuras de inspiración étnica adornan siempre los negocios locales.

Pero cuando la idea es conocer un poco más sobre la cultura original de este pueblo y sus alrededores, la oferta se vuelve menos abundante. O al menos así solía serlo. Desde 2014, las comunidades atacameñas que han vivido durante siglos en este territorio aceptaron lo que ya era evidente: los grandes hoteles, las masas de viajeros, los guías extranjeros, habían llegado para quedarse. Y ya era hora de que ellos, como pueblos originales, al fin pudieran organizarse, para no relegar las historias de estos paisajes sagrados a la boca de terceros. Así nació Kunza Hoiri, una organización de emprendimientos indígenas enfocada en los descendientes del pueblo Lickan Antai, atacameños provenientes de comunidades vecinas a San Pedro, como Toconao, Solor, Peine, Talabre, Séquitor, Río Grande, Coyo y Chekar.

Por eso ahora, entre estos letreros que invitan a recorrer los géiseres del Tatio y los saludos de guías argentinos y chilenos buscando un nuevo pasajero para sus tours, nosotros cambiamos de dirección. La fila hacia esos clásicos hitos turísticos quedará para otra oportunidad, porque hoy apuntamos nuestra camioneta hacia la ruta de las comunidades Lickan Antay.

SIN VERGÜENZA

"Soy el rey de la patasca", dice riendo Wildo López, de 50 años, mientras abraza a la también sonriente Lucía, su señora y compañera en este viaje de rescate cultural que comenzaron hace algunos años.

A tan solo diez minutos de San Pedro, el ayllú de Coyo aparece sin alarde en el desierto, con un par de construcciones de adobe asomándose en el horizonte. Entre aquellas construcciones está la fachada de Ckausuma Lickan Antai, el hogar y centro de trabajo de esta pareja de atacameños que, pese a algunas dificultades familiares, hoy vive en torno a la mantención de las tradiciones de Coyo, donde ofrecen una experiencia gastronómica que bien podría haber desaparecido.

La patasca, un caldo similar a la cazuela, pero con sabores más livianos y en el que resalta el maíz orgánico, era la merienda habitual de los ancestros de este poblado, pero como suele suceder en estas latitudes, el tema ancestral no había conseguido resistir con fuerza los cambios de época. Entre profesores que en el siglo pasado inculcaron a punta de castigos el olvido del idioma kunza y un entorno que miraba con cierto desdén estas raíces indígenas, tanto la familia de Wildo como la de Lucía quedaron a la deriva de las nuevas costumbres.

"Cuando estaba viva mi abuelita, comíamos estos platos tradicionales, pero porque los hacía ella", dice Lucía, mientras revuelve una olla con maíz, apoyada sobre un fogón hecho en el terreno de este matrimonio, donde abunda la sombra del algarrobo y el chañar, dos árboles típicos de la zona. "Esto era algo que en nuestra generación se perdió, que nosotros mismos dejamos de hacer. Los abuelos eran cerrados antes. No nos transmitían esta información. Nosotros teníamos que ir viendo y tratando de aprender de alguna forma, porque ellos no querían compartir estas tradiciones, sentían vergüenza o temían que a nosotros nos castigaran en la escuela por hablar nuestro idioma. Así era cuando chicos".

Haber recuperado la receta y la técnica de la patasca, que implica entre otras cosas dejar remojando el maíz durante horas y luego secarlo por muchas horas más, ha sido uno de los mayores triunfos para esta pareja. Lucía aún recuerda cómo esta podría haber sido otra de las tradiciones que no pudo aprender, como cuando su abuelo solía encerrarse para realizar ceremonias atacameñas y le exigía a los niños que se quedaran lejos. "Él no quería a nadie presente", recuerda Lucía. "Cuando le preguntábamos qué era lo que tanto hacía, nos respondía que 'para qué les voy a enseñar, si no lo van a hacer de corazón'. Eso fue hace unos treinta años. Hay toda una generación de atacameños que crecimos así, sin saber bien de adónde veníamos, ni el orgullo de esa historia. Recién en esta época está sucediendo un cambio".

Para Wildo López, crear la experiencia Ckausuma Lickan Antai y unirse a la organización de Kunza Hoiri forman parte de ese cambio que busca recuperar historias centenarias de estas tierras, las que muchas veces son contadas por personas sin ningún vínculo con los atacameños. "He oído a guías agarrando tal mata de árbol y diciendo esto lo usaban los atacameños para tal y tal cosa, y uno ve no más y se ríe, porque les inventan cada historia a los viajeros", cuenta Wildo. "Nosotros llevamos veinte años sembrando maíz; no son cosas nuestras, son costumbres de nuestros abuelos. El maíz es una dote que se da antes de la ceremonia de unión entre los hijos de dos familias atacameñas y recibimos estas semillas de la familia de Lucía. El verdadero atacameño lo hace así, porque hoy hay muchos que ya no practican esas tradiciones. Los abuelitos dejaron de tener ganado y los jóvenes emigraron o trabajan para las mineras".

Un ejemplo: Lucía tiene 11 hermanos y solo 3 se quedaron en San Pedro. De esos tres, ella es la única que se quedó en estos terrenos, y el resto trabaja para grandes hoteles que se han instalado en la zona durante los últimos años. Pese a que en un comienzo vieron al turismo como un problema, hoy están enfocándose en sus beneficios. "El turismo al comienzo nos causó una invasión. Tuvimos que dejar de tener ganado, porque ya no podíamos pasar por el pueblo", confiesa Wildo. "Nos pegaban bocinazos y les molestaba que usáramos ese espacio. Los animales se arrancaban y no había un respeto por la gente de acá. Pero eso ya es pasado. Hoy lo que nos da alegría es poder vivir de estas tradiciones. Uno no va a ganar mucha plata haciendo esto. Es para sobrevivir y al que le gusta también le permite no dejar de lado su historia", dice, mientras muestra orgulloso un libro con una serie de firmas y mensajes de felicitaciones, escritos en idiomas que van del inglés al chino o hebreo, y más tarde explica las diferentes vari
edades de maíz que siembran, entre el morocho, el negro, el capia y la pisangaya. "Soy el único que hace este tipo de demostración culinaria cultural en Coyo. Estas experiencias de San Pedro son muy pocos quienes pueden realmente enseñarlas".

Allí, de pie junto a los diferentes mantos que se usan para ceremonias atacameñas, Wildo explicará cómo anticipar la muerte de algún familiar a través de la lectura del maíz; cómo fue que aprendieron a sacar una harina sorprendentemente dulce del árbol del chañar, y cómo es que espera que algún día su hijo, que hoy estudia turismo, lo acompañe a seguir contando estas historias.

NUEVOS AIRES

El viento sopla intenso hoy, levantando polvaredas que luego forman remolinos tímidos a los lados del perfecto sendero de Tulor. Este sitio es una antigua zona habitacional usada por los atacameños, que se habría construido 800 años antes de Cristo, y del cual solo se ha rescatado hasta ahora el siete por ciento de sus vestigios. Se trata de una serie de estructuras circulares, interconectadas por puertas pequeñas, y casi completamente cubiertas por la arena que estos fuertes vientos de la región suelen arrastrar. A la entrada de la ancestral aldea de Tulor, el joven rostro de Camila Reyes Soza nos da la bienvenida.

A primera vista, lo que parecieran ser las casas y artefactos usados en el pasado por los atacameños no dan lugar a dudas: todo luce perfectamente conservado, con cada rincón de estas estructuras explicando el uso de comidas, de flora y fauna y su significado para sus antepasados. Pero Camila pronto explica que, pese a la correctísima fachada, ninguna de estas estructuras es original, sino que son réplicas armadas para las visitas de los viajeros. Por eso, para ella la meta hoy es una sola: proteger lo que queda de Tulor.

Ubicada a tan solo 11 kilómetros del poblado de San Pedro, Tulor fue uno de los primeros lugares en que los atacameños comenzaron a ver cómo el interés de los visitantes por este destino se extendería hasta la puerta de sus hogares. "Mis primas fueron las primeras guías de este lugar, entonces ellas mismas me contaban lo duro que fue este proceso en un comienzo. Cuando fue el boom del turismo en San Pedro, la comunidad de Coyo se tuvo que organizar para proteger este sitio. Esto se transformó en un lugar muy codiciado por los arqueólogos, y se comenzó a excavar sin respeto", cuenta Camila, que a sus 18 años representa justo lo contrario de lo que las generaciones más antiguas comentan: esa idea de que los atacameños más jóvenes no están interesados en continuar con su vínculo cultural. "Decidí quedarme aquí por este amor que le tengo al lugar. De verdad creo que siempre va a ser mejor que esto lo muestre alguien que sienta de verdad la influencia histórica de este sitio a que sea algo contado por una persona equis. Eso le da más importancia".

Desde 1998, la administración de este sitio depende de la comunidad de Coyo, que tiene una asamblea donde velan por la protección de Tulor, junto con la colaboración de Conaf. "De mi parte, yo no quiero que se siga excavando, porque aún no está planteado un proceso de conservación que dé confianza", dice Camila. "Mientras no exista eso, seguirá el debate entre la misma comunidad y la gente de afuera, que también está interesada en saber qué se esconde bajo esta arena". Al fondo del paisaje se ve un Licancábur imponente y completamente nevado -prueba del frío que ha golpeado a San Pedro estos últimos días-, y Camila sigue hablando sobre cómo pretende ayudar a Tulor. "No me costó nada aprender de esta historia en las capacitaciones, porque son temas que te han rodeado desde pequeña. Lo más complejo es tratar de retomar el kunza, que hoy se considera una lengua muerta. Se dice que hay personas que saben hablar, pero siento que aún tienen ese temor de enseñarte, ese aislamiento. Perdieron su identidad por temor; este fue un pueblo bastante denigrado. Hoy se está valorizando nuestra cultura nuevamente. Por eso el próximo año quiero entrar a estudiar arqueología, para después volver y ver cómo podemos avanzar en el cuidado de Tulor, pero con el respeto cultural que merece. Quiero ayudar acá, esa es mi meta. Que haya un buen proyecto de excavación. Aportar en algo así sería maravilloso".
 
OTROS CAMINOS

"Este es el syrah", dice el treinteañero Sigfredo Marchant Zuleta, mostrando una de las últimas novedades atacameñas, producida en el colorido valle de Toconao, uno de esos sitios verdes que sorprende ver en un área conocida por tener el desierto más árido del mundo. Pese a la gran inundación que sufrieron hace algunos años en Toconao, cuando en 2012 el desborde del río Salado significó que varias personas quedaran sin casas, hoy el poblado luce casi repuesto. "Casi", porque aún cuelgan algunos rastros de las casonas desmoronadas entre las calles de esta comunidad. Fuera de eso, el espíritu de los lugareños cuenta una mejor historia.

Adentro de Ckachi Hoiri, la tienda de mermeladas de membrillo con pétalos de rosa y otros dulces orgánicos que Sigfredo y su mujer producen, Toconao parece moverse a un ritmo distinto que el resto de las comunidades atacameñas de San Pedro. A media hora del pueblo, aquí el aire resulta más tibio y el horizonte mucho más cambiante: el terreno a veces parece tener dunas de arenas, para luego mostrar cataratas, un potente río, y árboles que van desde el naranjo hasta parras de uva. Hoy su gente está volviendo a sacarle partido a esa riqueza.

Sigfredo no se ha dedicado a la producción de vino, pero como tiene una de las tiendas gourmet más importantes de Toconao, aquí degustamos otro de los emprendimientos que han nacido recientemente en el pueblo: el vino Ayllú, de la familia de Verónica Espíndola, quienes junto a otros productores de uva han rescatado las parras de Toconao para crear el que bien podría ser el vino de mayor altura cultivado en Chile. Emplazado a 2.475 metros de altitud, este oasis se ha destacado dentro de San Pedro por la buena calidad de sus frutas, de las que se dice son las más dulces de la zona, y que crecen en tierras agrícolas regadas por ríos provenientes de la cordillera y que luego desembocan en el salar. Como técnico agrícola, Sigfredo avala las buenas características de estas tierras, pero propone que realicemos un recorrido por el oasis para que corroboremos estas gracias con nuestros propios ojos.

Este trekking de dos horas es uno de los recorridos más llamativos que se puedan hacer por los alrededores de San Pedro, tanto por su gran mezcla de colores como por su casi nula exigencia física. Es una caminata suave que deja atrás la plazoleta de Toconao, un pueblo que aún hoy está construido casi totalmente en base a piedra liparita, como lo hacían los antiguos atacameños.

Como para los Lickan Antay la tierra es la que determina muchas veces su calidad de vida y es uno de los elementos que más respetan en su cosmovisión, Sigfredo y su mujer han seguido la tradición de sus ancestros y no utilizan químicos en sus plantaciones, al igual como suele suceder con la mayoría de los frutos de Toconao. El resultado se nota en la pureza del sector de Caraipa, un bosque en medio del desierto al que se entra a través de un apretado pasillo verde que se aleja del pueblo hasta introducirse en la quebrada del río Salado. Para caminar aquí hay que esquivar las ramas de naranjos y manzanos, las que cubren con su sombra el camino, y crean esta especie de túnel agrícola donde se avanza entre cercos construidos por los pobladores.

"Si sacásemos todos estos cercos veríamos que estamos descendiendo por marcadas terrazas, divididas por canales que antes eran solo acequias", dice Sigfredo mientras bajamos por un sendero tapado con los frutos cafés del chañar, de apariencia similar a la avellana, que llena el aire de ráfagas dulces. "La influencia de la civilización de Tiahuanaco en nuestra cultura se puede ver en este sistema de regadío. Por eso le decimos 'bosque viejo' a este sector, pues fue la primera zona que ellos colonizaron para sembrar. En su inicio era más cosecha de cereales, pero hoy tenemos una fruticultura bastante variada".

Después de unos quince minutos emergemos de este "pasillo" frutal, y frente a nosotros el nuevo paisaje mezcla una especie de dunas a mano izquierda y un gran valle hacia la derecha. Andamos casi al filo de la quebrada, por el sector de Laxira, una de las terrazas más antiguas de Toconao y que por lo mismo es hoy una de las zonas más derrumbadas. Escribiremos Laxira de ese modo, pero bien podría hacerse de otra forma. Sigfredo explica que el kunza fue un idioma ágrafo, que se desconoce cómo se escribía, así que hoy se redacta más que nada siguiendo el aprendizaje oral de sus sonidos.

"Después de 400 años de evolución, los abuelos lograron identificar cada sector de esta quebrada para cada cultivo. Este tramo, que se llama Tericte, por ejemplo, es ideal para naranjos", dice Sigfredo mientras sus ojos verdes observan una abundante zona donde este árbol marca presencia.

Desde esta perspectiva vemos los diferentes cultivos que hay en las terrazas del frente. Los árboles más blancos son higueras, los más derechos son álamos, los que están más verdes son algarrobos y siempre aparece uno que otro naranjo.

"El Camino del Inca pasa a unos cinco kilómetros más abajo, por lo tanto si en esa época alguien venía caminando desde allá, cuando miraba hacia este sector, podía ver muy poco: se observaría más que nada las quebradas. Por eso Toconao, traducido del kunza, significaría "rincón de piedras", explica Sigfredo.

Al descender por las dunas y enfrentar la segunda hora de este trekking, ya de regreso hacia el pueblo, la caminata continúa con Chaknantor y otros volcanes asomándose al fondo. En el tramo de Ullupa, dentro del bosque de la quebrada, una mancha de colores desgastados anuncia el problema actual que existe en Toconao para mantener este sitio.
"Aquí ha habido una erosión cultural. Todo esto era una zona fértil, pero hoy ya no hay muchos jóvenes que puedan trabajar constantemente estas tierras. La mayoría de la fuerza joven se fue a trabajar a la minería, por eso en este sector hay muchos terrenos que se ven abandonados, llenos de maleza y eso es un dolor. Creo que hoy tenemos la opción de unir nuestro legado agrícola con ese San Pedro que la gente viene a conocer, y obtener así un desarrollo viable para cada familia de Toconao", explica Sigfredo, antes de repetir aquella frase que está ya instalada en la mente de los atacameños reunidos bajo la agrupación Kunza Hoiri: "Mi meta es que esto no se pierda".

RUTA KUNZA

La agrupación Kunza Hoiri reúne estas experiencias atacameñas de Coyo, Toconao y Tulor, además de diversos emprendimientos de las comunidades de Solor, Chekar, Sequitor, Talabre, Río Grande, Socaire y Peine. Más información en KunzaHoiri.cl

Actualmente, San Pedro de Atacama es el segundo destino más visitado dentro de Chile.

 



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