El turismo comienza a desangrar al pueblo Lickan Antay del seco desierto de Atacama

La reserva Los Flamencos de Chile es la primera del país en ser co-administrado por el estado y los indígenas. Sin embargo, la existencia Lickan Antay sigue siendo una batalla.

Por Marine Gauthier y Ricardo Pravettoni

Envie este Recorte Version de impresion de este Reportaje Publicado el 31 de agosto de 2016 Visto 160 veces
La reserva Los Flamencos es el primer ejemplo de co-administración de un área protegida por el estado y los indígenas. La señal advierte que el acceso al área está restringido por ley. Todas las fotos: Ricardo Pravettoni.
Leticia González-Silvestre, una respetada integrante del consejo indígena
San Pedro de Atacama está ubicado en una región de volcanes y salares, en el árido altiplano de los Andes
San Pedro de Atacama, un centro de turismo dentro del desierto de Atacama
Fuente:
The Guardian

“Bienvenido a Calama, la ciudad de Sol y Cobre”, proclama un lienzo en la entrada de la ciudad, cerca del desierto de Atacama. Un poco más allá en el camino hay letreros turísticos: “Reserva nacional Los Flamencos”, “Valle de la Muerte”, “Desierto de Sal”

Y luego, en rápida sucesión: “Expediciones Cosmo Andino – ¡La aventura comienza!”, “Pachamama Bed & Breakfast”. El escenario está listo: Minas de cobre, sitios naturales únicos y el turismo le dan forma a esta región altiplánica del norte de Chile.

Los Lickan Antay sitúan sus pueblos alrededor de oasis. La clave de la supervivencia es el manejo del agua. Manuel Silvestre, en sus 40, viste con orgullo su uniforme de guarda de la reserva natural. A él le encanta hablar de sus raíces.

“Ser un Lickan Antay es ser hijo de la tierra. Cada uno de nosotros conoce a sus ancestros. En el pueblo tu conoces a tus abuelos, a veces hasta a tus bisabuelos”, dice. “Nosotros también sabemos como sobrevivir en el desierto más árido del mundo. Hemos aprendido a adaptarnos, a manejar el agua, para crear nuestros pueblos. Es nuestra tierra. (La nuestra) es  una cultura de de supervivencia en una región seca y cubierta de sal.

“Por supuesto, hemos perdido cosas también. Nuestro lenguaje, Kunsa, en algún momento fue proscrito y casi desaparecido - todos hablamos español ahora”

Con más de 70 años, Felisa López Ramo aun atiende su jardín, organiza la recolección de agua de las escasas lluvias, acarrea agua desde el río y vive de sus modestos cultivos. Ella recuerda su juventud, antes de la dictadura de Pinochet, antes de las minas, antes del turismo. “teníamos abundancia aquí, porque teníamos nuestros sistemas de riego. Usted sabe, ahora quieren traernos sistemas de riego desde Israel. Pero nosotros tenemos nuestros sistemas”.

“Nosotros sabemos cultivar trigo y maíz. No necesitamos detergentes para lavar nuestras ropas. Tenemos bayas que crecen aquí con la que producimos jabón. Cuando yo era joven, teníamos nuestra propia cerveza y vino para las ceremonias, y usábamos plumas de flamenco. Se usaban para presagios, para animar las montañas, donde nace el agua. Adonde va el agua, la vida nace. Es simple”.

“Nuestra gente fue invadida por el Inca, luego por los españoles, luego los chilenos, los mineros. Ahora, los turistas han arribado. Todos ellos solo pasaron. Nosotros nos vamos a quedar.”

El turismo ha tenido un impacto mayor. En 1990 el gobierno chileno estableció la reserva nacional Los Flamencos. Más que resistir esta acción, los Lickan Antay, - que junto a otros pueblos indígenas de Chile, están entre los más pobres del país – eligieron negociar y adaptarse. La reserva nacional es el primer ejemplo en Chile de co-administración de un área protegida por el estado y un pueblo indígena.

Ahora es visto como una alianza estratégica que permite al gobierno y la gente preservar el medio ambiente más efectivamente y encauzar el turismo. La co-administración también permite a los Lickan Antay atraer otras posibilidades de desarrollo.

Leticia González-Silvestre nació en Toconao, uno de los pueblos del desierto de los Lickan Antay. Después de estudiar lejos, volvió con un titulo de ingeniería agrícola.

Ella sostiene que la co-administración de la reserva les ha dado empleo y oportunidades de educación. Las comunidades han formado una asociación sin fines de lucro para recaudar y distribuir el dinero generado por la reserva. “Es un beneficio en términos de economía y desarrollo, pero también un reconocimiento de nuestra cultura. Continuamos negociando un incremento de nuestra participación en la administración, aprovechando que el gobierno no tiene ni la capacidad ni los medios para invertir más”.

La corporación nacional forestal, Conaf, que coordina la administración de las áreas protegidas por el gobierno, dice que la colaboración permite suplir los vacíos en sus equipos. Alejandro Santoro, director regional de la Conaf, dice: “Esto nos da una visión de la situación más amplia y constante. De este modo, los Lickan Antay son asimilados como personal.”

“Es un acercamiento positivo”, agrega Ivonne Valenzuela, quien esta a cargo de la unidad de la Conaf dedicada a las relaciones con las comunidades indígenas. “El modelo que hemos adoptado es vincularnos en contratos con las comunidades. De este modo, ellos se benefician del turismo mientras nosotros nos concentramos en la protección de la biodiversidad. Trabajamos con ellos en los muchos aspectos de la administración de la reserva, y en la planificación y administración de proyectos eco-turísticos”.

Pero no todos están felices acerca del aumento en el número de turistas que vistan la reserva, la que es la segunda más visitada en Chile, con más de 300.000 visitantes por año. Mientras algunos le dan la bienvenida a las ventajas económicas, otros están preocupados sobre el establecimiento de empresas de turismo y agencias que ignoran las costumbres Lickan Antay y en algunas ocasiones, niegan su existencia.

El pequeño pueblo de San Pedro de Atacama es una sucesión de hoteles, restaurantes, bares, tiendas de subvenirse y agencias de turismo. Las noches son animadas, los restaurantes ofrecen comida internacional y los visitantes mas juiciosos se van temprano a la cama para estar listos para sus excursiones para descubrir los geysers y flamencos de los salares.

San Pedro de Atacama se encuentra en una región de volcanes y salares, en el árido altiplano de los Andes.

“Todo lo que les interesa es llenar el bus y visitar los sitios, sin experimentar una forma de vida diferente”, dice Sandra Flores, una Llickan Antay que dirige un pequeño emprendimiento turístico, Caravana Ancestral.

“Para nosotros es difícil reconocer que nuestra existencia es negada de esta forma. Hemos sido incapaces de conseguir tener un punto de apoyo en el mercado turístico. Los guías dicen que el desierto está vacío, que ya no hay indígenas. Claro, no estamos en San Pedro, pero estamos en todo el desierto. Nos dedicamos a nuestros animales, a cultivar la tierra.

Antes de la creación de la reserva no había ni un turista, y de repente están por todos lados. No hemos tenido el tiempo para reaccionar  y aprender a establecer nuestros comercios. Pero existimos. Y nuestra existencia es una constante batalla.”

Flores estableció su negocio hace cuatro años. Ellos y varios de los miembros de la comunidad reciben turistas en sus hogares, comparten momentos para hablar acerca de sus modos de vida, permiten  a los turistas conducir las llamas y les muestran un sitio arqueológico Lickan Antay. Pero ninguno habla un inglés fluido y el negocio no está bien establecido.

Sin embargo, el más serio impacto de la explosión turística es la presión que ha puesto en la precaria situación del agua. Los cientos de hoteles que se construyen en San Pedro engullen agua.

“Los hoteles quieren comprar tierra y se las vendemos. Ya no tenemos suficiente agua para los cultivos, y debemos ir a otro río para recolectar agua, lo que no hacíamos antes”, dice López Ramo.

Debido a los hoteles, algunos de los Lickan Antay que viven cerca de San Pedro dicen que sus fuentes de agua usuales se han secado. Ya la comunidad no tiene fácil acceso a agua potable y esta obligada a usar un suministro que pasa a través del desierto de sal, lo que hace el agua más salinizada.

También se les ha prohibido a los Lickan Antay vender sus vegetales y frutas a los turistas ya que no pueden garantizar que su fuente de agua no este contaminada.

González-Silvestre concluye: “El problema con el turismo es que no está regulado. Es como el vino: Uno dice: Es un buen antioxidante. Si. Pero si tomas litros cada día, no te vas a sentir muy bien”.

Felipe Guerra Schleef es un abogado por los derechos indígenas de la ONG Observatorio Ciudadano. Convencido de la necesidad de su país de conservar su herencia cultural y natural, ha defendido a indígenas en casos donde sus derechos de tierras han sido violados y sus recursos explotados. “Los indígenas desarrollan su cultura en acuerdo con la tierra. El sentido de propiedad es fundamental y si quieren mantener su forma de vida, sus derechos  sobre sus tierras y recursos naturales deben ser reconocidos”, dice.

Los Lickan Antay necesitan proteger sus recursos naturales, de acuerdo a Antonio Cruz Plaza. El vive en Calama, cerca de una gran mina de cobre y es director del Consejo de Pueblos Atacameños.

Una mina de litio cercana está a la venta ahora y el quiere que el concejo consiga un préstamo para comprarla y poder manejarla éticamente, aunque hasta ahora no hay negociaciones con la compañía y ningún préstamo ha sido aprobado por un banco.

Mientras el pensamiento de un grupo de indígenas siendo dueños de una mina, y lucrando de la explotación de recursos naturales, podría asombrar a algunos, y no todos los miembros de las comunidades lo apoyan, Cruz Plaza piensa que es una idea sensata.

“No queremos confrontación, queremos una mejor vida. Nuestro mayor problema es el agua. No queremos que exploten y afecten nuestra agua, así que preferimos negociar donde se establecerán, asegurándonos que haya el mínimo impacto en nuestro medioambiente. Nuestra gente es rica culturalmente, pero queremos cambiar nuestra realidad para cambiar nuestro destino. ¿Por qué no deberíamos también tener derecho a vivir bien?"



Fuente:
The Guardian

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