Libre albedrío v/s paternalismo jibarizante

Envie este Recorte Versión de impresión de esta Opinión Publicado el 09 de junio de 2020 Visto 478 veces

Cuando vivimos catástrofes la mayoría de nosotros tendemos a concentrarnos en el impacto negativo que éstas generan en nuestra normalidad y nos cuesta ver las oportunidades implícitas que al mismo tiempo nos ofrecen.

Y cuando hablamos de oportunidades resulta interesante atender también aquellas que expresan cómo es que estamos estructurados como sociedad y también como personas, pues es sabido que se expresa lo peor y también lo mejor de cada una, especialmente en momentos en que nos vemos enfrentados a situaciones de sobrevivencia.

Sabemos que en todas partes hay todo tipo de personas y con valores éticos específicos, las hay responsables, solidarias, respetuosas, obedientes, disciplinadas y también hay irrespetuosas, irresponsables, egoístas, desobedientes e indisciplinadas, que no están “ni ahí” con lo que dictan las leyes ni los consensos sociales. Lo interesante es que en algunas sociedades hay muchas más de unas que de otras, cosa que en particular esta pandemia nos ha dado la oportunidad de comparar y por lo tanto reflexionar sobre distintas maneras en que las diferentes sociedades han hecho manejo de la crisis, y no me refiero a las decisiones técnicas respecto del manejo sanitario para defenderse del contagio del SARS-Cov-2, sino a las políticas públicas dirigidas al manejo del comportamiento de sus conciudadanos.

Entonces, si bien la mayoría ha tomado algunos resguardos básicos para limitar el contacto en aglomeraciones, vemos cómo algunos países han optado por un manejo eminentemente autoritario en el que toda la población simplemente debe obedecer lo que dicta el gobierno (como por ejemplo China, Israel, Filipinas), otros han escogido una mezcla entre sugerencias y directrices de manera “dinámica” (entre ellos Chile, Alemania, Corea del Sur), mientras otros se han limitado fundamentalmente a dar orientaciones a su población, confiando en la autodisciplina y responsabilidad personal (tales como Holanda, Suecia, Noruega, Dinamarca)

Pero más allá del resultado de cada uno en la lucha contra el virus, que por cierto veremos con mayor claridad cuando la pandemia haya pasado, lo que se pretende analizar en este texto es el comportamiento resultante de cada una de estas sociedades, específicamente respecto de los valores expuestos más arriba, donde tenemos casos que van desde la obediencia y disciplina total impuesta por los gobiernos autoritarios, pasando por aquellos donde la población tiende a ser desobediente, indisciplinada, irresponsable, en un constante intento por hacer lo prohibido mientras no sea sorprendido, hasta aquellos casos donde predomina la autodisciplina, auto-responsabilidad y el respeto mutuo aunque no hayan prohibiciones explícitas.

Y resulta que podemos establecer relaciones más o menos directas entre el estilo de liderazgo de los gobiernos y la conducta resultante de su población, relaciones que invitan a reflexionar sobre la diferencia entre el ser obediente y el auto-responsable, entendiendo que básicamente el primero actúa para evitar un castigo y/o para obtener un premio (o en el mejor de los casos sólo por adscribirse al respeto de los “contratos” legales y/o sociales), mientras el segundo lo hace por convicción personal e independientemente de los estímulos externos que guían el comportamiento del primero. 

De esta manera, vemos que los liderazgos autoritarios y paternalistas resultan ser promotores de la obediencia (o en su “defecto” la revolución), mientras los líderes que concentran su influencia por medio de la orientación y la inspiración de la población, lo cual hacen entregando transparentemente argumentos veraces y a la vez confiando en que cada persona hará uso de su capacidad reflexiva y de entendimiento, se convierten en facilitadores del desarrollo de valores intrínsecos que permiten en definitiva la auto-discplina y auto-responsabilidad en el conjunto de comportamientos de sus sociedades, y esto naturalmente considerando que habrá quienes no estén de acuerdo y decidan actuar contraviniendo dichas orientaciones, desacuerdos que a la postre significan también el enriquecimiento cultural gracias a la inclusión y respeto por la diversidad. En este grupo también, para bien o para mal, estarán los genios visionarios e incomprendidos, los anarquistas, los casos psiquiátricos, etc., quienes serán parte componente de todas las sociedades sin distinción, y que significarán un permanente desafío para su adecuada consideración, integración y convivencia, sin atentar contra el respeto al libre albedrío.

En realidad no sólo hablamos del verdadero respeto al libre albedrío, al que vanagloriamos como una de las bases esenciales de nuestra humana libertad personal, sino también del verdadero albedrío, ese que indefectiblemente tendrá una clausura individual que operará en base a sus convicciones individuales y no por imposiciones externas; ese que no actúa automáticamente según consensos sociales sino que reflexiona sobre los pro y contra de éstos, lo que le permite tomar una decisión autónoma de seguirlos o no; hablamos de ese albedrío que, precisamente porque es libre, no transita por el purgatorio de la alienación de las imposiciones ni de la mentalidad de rebaño.

Entonces argumentos como “tu libertad termina cuando comienza la mía”, si bien parecieran ser de toda lógica y sentido común, cuando son impuestos taxativamente y sin mayor reflexión quedan en entredicho, pues de lo que se trata es de que cada uno de los integrantes de una sociedad comprendan los alcances de sus actos, del impacto que tienen en los otros integrantes, y que gracias a esa activa comprensión individual decidan su comportamiento. Se trata por lo tanto de ayudar a los integrantes de una sociedad a que desarrollen sus cualidades individuales, especialmente aquellas relacionadas con lo que nos hace ser parte de la humanidad, promoviendo así el desarrollo de la auto-responsabilidad y de que, por consiguiente, cada uno se haga cargo de sus acciones sin culpar a los demás por ellas, aprendizaje que también debiéramos, en primer lugar, procurar en nuestros propios hijos.
Es de esta manera que podremos progresivamente avanzar hacia el desarrollo de sociedades más empoderadas y auto-disciplinadas, que actúen en sintonía entre los integrantes del grupo y de manera más consciente y armónica con el medioambiente, dejando la “chispeza chilensis” para el buen sentido del humor y la creatividad de resolver problemas, y ya no para “sacarse el pillo”, “hacer lo prohibido sin que nadie se dé cuenta” o, simplemente, “darle hasta que te pillen”.

Pero para eso debemos empezar por cambiar la manera en que instalamos y valoramos la esencial importancia del albedrío, de la libertad y, por lo tanto, del desarrollo de una ética fundamental que nos guíe internamente por medio de nuestras propias convicciones y que a la vez nos permita sacudir de nuestros procesos sociales, y muchas veces alienadas mentes, los nefastos y deshumanizantes resabios de las dictaduras y formatos autoritaristas de conducción de los pueblos, que no hacen otra cosa que perpetuar la ausencia de auto-responsabilidad, sana convivencia y altruismo social.

Después de todo, el sentido común muchas veces es el menos común de los sentidos.

 

Francisco J. Renard Merino
Psicólogo. Master en Recursos Humanos por la Universidad Politécnica de Madrid. Se ha desempeñado en Salud Pública en Santiago y San Pedro de Atacama. Director de Fundación Tasnatur
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