OTRA DE CÁNDIDOS

Envie este Recorte Versión de impresión de esta Opinión Publicado el 05 de octubre de 2014 Visto 245 veces
Por años estuve convencido de que la historia la escribían los pueblos, pero con el paso del tiempo he corroborado que, en verdad, la historia es una narración que uno mismo puede escribir y para eso hay que tener voluntad,  memoria, y algo de humor para digerir tanta barbaridad que aún hoy, cuando nos autodefinimos civilizados, se da con más certeza que el pan de cada día.

Este 5 de octubre conmemoramos 26 años de un plebiscito que, por un momento, nos hizo creer que se acababa la dictadura y que venía la alegría envuelta en un arcoíris. Y ese plebiscito que ahora recordamos más por un ejercicio de memoria que por un triunfo político del pueblo de Chile, se remonta, a su vez, a otro plebiscito realizado en 1980, en el que se “aprobó” la actual Constitución de Chile.

El 11 de agosto de 1980 acudimos a las urnas, se nos pasó una papeleta prácticamente transparente, y como se veía la rayita de grafito marcada en el “no”, nos ponían mala cara los receptores de ese papelito. No solo no les gustó ese voto sino que era inconcebible que alguien osara oponerse a ese engendro concebido entre gallos y medianoche que sería la carta magna del país.

De acuerdo con la lectura oficial de la época, la televisión y la prensa escrita –que ya eran una sola voz- aprobar esa Constitución, que era un ejemplo académicamente correcto de modernidad, era también apoyar la gran obra militar que nos había salvado del caos. Habíamos estado al borde del abismo, pero dimos un paso adelante, según la expresión del filósofo de moda por entonces. Y, como era de esperar, el engendro de marras se proclamó y se impuso con gran boato, el autobombo de Pinochet, el 11 de septiembre de 1980.

En un acto de lucidez cívica, el ex presidente Eduardo Frei Montalva, en el Teatro Caupolicán dictó una clase magistral en la que argumentó por qué dicha Constitución no era jurídica ni políticamente válida. Entre otras cosas, porque no había registro electoral, requisito indispensable en un país civilizado. No había que ser muy perspicaz para percibir que toda la maquinación era más bien fraudulenta.

Nadie más hizo cuestión pública de las irregularidades inherentes a la génesis de la Constitución aquella. Después como que se olvidó y, finalmente, se la aceptó sin darle más vuelta al asunto hasta el día de hoy en que se le hacen unas reformas por aquí, otras por allá, pero lo medular sigue intacto, y ¡ay de quien ose proponer un cambio total de Constitución como corresponde!

Semejante engendro es una obra medio bastarda: “cívico-militar”, donde los “cívico” estuvo a cargo de un profesor de derecho, Jaime Guzmán, hoy mártir de la UDI, y que de civil tenía el terno y la corbata. Del texto de ese engendro primigenio recuerdo su retórica cantinflesca del tipo “que así como digo una cosa, digo la otra”. Por ejemplo, por una parte proclamaba muy asertivamente la libertad de expresión, y por otra, la restringía severamente. Bueno, eso no ha cambiado. Lo de la “honra de las personas” da para querellas todavía.

Tampoco olvido los “artículos transitorios” que justificaban todo un sistema de represión en letras de molde. Otro adelanto modernizador de esa Constitución era la municipalización de la educación, que contemplaba incluso algunos premios para los primeros municipios que se adhirieran a esta genialidad que, como ya hemos constatado en carne propia, ha redundado en un notable detrimento en la calidad de la educación. No es rentable formar espíritus críticos y creativos.

Y también le traía el plebiscito para 1988, el que ahora evocamos. Ya en 1980 no había que ser un sofisticado analista político para adivinar quién sería el candidato propuesto para regir democráticamente el destino del país en su “transición a la democracia”.

Entre 1980 y 1988 la imagen democrática del hipotético candidato se desgastó mientras se fortalecía la imagen de un vulgar dictador, pero esto bien puede considerarse irrelevante: lo que prevaleció fue la instauración del modelo económico, entronizado por la carta magna hasta el día de hoy, y vaya uno a saber hasta cuándo. Claro que en ese tiempo aún no eran tan visibles los efectos modernizadores inspirados en el neoliberalismo.

Y llegó el 5 de octubre de 1988 con su plebiscito en el que se le consultaba al soberano (irónico eufemismo para decir pueblo en estas instancias) si aceptaba el candidato presidencial que la dictadura proponía. Y, como se dijo entonces, el que corrió solo, perdió la carrera. Los cándidos de entonces habíamos formado un partido instrumental para tener apoderados en las mesas defendiendo el voto No, partido instrumental que se disolvería apenas triunfara el No, partido instrumental que se volvió inmortal, “highlander”, duro de disolver: el PPD.

Ansiosos por salir a celebrar que la alegría había llegado por fin, los cándidos asistimos al memorable teatro mediático de un ministro Cardemil que repetía frente a las cámaras los escrutinios favorables al Sí hasta bien entrada la noche. Los cándidos llegamos a pensar que ese sería el último teatro mediático de nuestras vidas, que a partir de ese día las cosas cambiarían a favor del soberano, con transparencia y candideces por el estilo como que se acabaría el saqueo de nuestras riquezas, en fin, que la educación, la salud, la vivienda, los derechos humanos… Matthei, el general comandante en jefe de la Fuerza Aérea se permitió comentar en cámara que en los escrutinios había una tendencia favorable al voto No.

Matthei reemplazaba en la Junta de Gobierno a otro aviador que a cinco años del golpe militar, en 1978, se permitió declarar a unos periodistas italianos que el gobierno militar no duraría más de diez años, que diez años es lo que más ha durado un gobierno en Chile, y que en 1983 a más tardar habrían elecciones presidenciales. Dijo esto y tuvo que irse a su casa vestido de civil para siempre. Gustavo Leigh se llamaba y también era un cándido.

Y si de cándidos se trata, no puedo dejar de evocar en esta digresión a Patricio Bañados, el rostro telegénico que le daba credibilidad a la franja del No frente a las cámaras. Un cándido antes, durante y después de este episodio histórico.

Ni qué decir de Florcita Motuda con su franja presidencial en La Moneda, detenido por Carabineros que no entendieron lo de acción de arte ni lo del buen humor.

Cándidos los abrazos de pobladores al carabinero porque también es del pueblo.

Cándidos los verdaderos demócratas cuando la democracia para nada cuenta frente al poder de las transnacionales, frente al imperio del neoliberalismo.

Cándidos los chilenos que creímos que ese 5 de octubre había triunfado el pueblo.

Cándidos de tomo y lomo que aún creen que los investidos en cargos de representación popular mediante el sufragio directo son los verdaderos representantes del pueblo.

Alejandro Pérez
Escritor, chileno, nacido en la ciudad patrimonial de Valparaíso en 1954, con un par de poemarios publicados que dan cuenta de su oficio y vigencia. Incluido en varias antologías y muestras nacionales e internacionales, con un status consolidado por una trayectoria en la que no ha estado ausente la afición al columnismo cultural
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